



No hará falta decir a estas alturas que las personas que forman parte de la institución que se nombra en los pies de foto de las imágenes anteriores no se caracterizan, en general por su feminismo radical.
Dicho esto, parece correcto utilizar esos pantallazos de las definiciones oficiales en castellano de esos términos para explicar algunas premisas falsas con las que se están planteando posibles legislaciones. La disforia de género es un trastorno, no una enfermedad. Con lo cual, a la luz de las definiciones aquí expuestas no es necesario despatologizar lo que no está patologizado. Se trata, por tanto de una falacia, o lo que es lo mismo: un argumento que parte de una premisa falsa.
Por otra parte, concurre esta intención de desterrar la disforia de género de la realidad en otro problema no menos importante y que no afecta solo a las personas transexuales: se trata de la obsesión del posmodernismo de negar las debilidades perjuiciosas individuales en aras de una diversidad engañosa que deja desprotegidas a personas que necesitan ese amparo social. En algunos países, por ejemplo, ya se habla de que el autismo no es ningún trastorno, con lo cual esas personas no gozarán de todas las ayudas que necesitan para vivir una funcionalidad sana en nuestra sociedad. Lo mismo ocurre con las famosas diversidades funcionales con las que se quiere invisibilizar la discapacidad de algunas personas a las que la sociedad debe garantizar un desarrollo digno con todas las ayudas necesarias
Las personas con disforia de género verán con esta ley y su empecinamiento en despatologizar lo que nunca ha estado patologizado como se esfuma cualquier posibilidad de ayuda o apoyo necesario.